Notas sobre el léxico

A medida que voy desarrollando este proyecto, quiero aprovechar algunos espacios para hacer comentario sobre el inventario léxico en el argot dominicano. Nuestro vocabulario es rico e innovador. Además de nutrirse del castellano peninsular cuya consolidación en el siglo XV permitió la incorporación de neologismos derivados del árabe y demás dialectos peninsulares como el aragonés y el leonés, el espíritu de aventura del siglo XV hace que por primera vez la lengua española sea un ente portátil trasatlántico. Es esta movilidad del español que da lugar a una serie de transformaciones lingüísticas en nuestra isla, quedando como resultado la variedad dominicana.

Primeramente, el oficio marítimo contribuyó de manera significativa a que el español que llegase a la isla fuera un español de ultramar, caracterizado por el uso de marinerismos, como por ejemplo pulpería que en la actualidad tiene poco que ver con pulpos. A esto se le suma el contacto de la lengua castellana con las lenguas autóctonas, surgiendo así los indigenismos que nos otorga el derecho de decir auyama en vez de calabaza y ají en vez de pimiento. Que no se nos olviden los afronegrismos, pues es más sabroso decir chévere que muy bien. Y hoy día, con la globalización del inglés en manos de la tecnología, usamos anglicismos para decir que ese carro ta’ full, sin que signifique que el carro esté lleno.

Estas permutaciones lingüísticas, además de enriquecer nuestro idioma, quien Pedro Henríquez Ureña celebra como “una lengua caracterizada por su aire antiguo, con gran número de expresiones tradicionales que corren normalmente y ya no se oyen en la mayor parte del mundo hispánico”  dejan un valioso inventario léxico difícil de igualar.

Shibboleth

Cuando nos encontramos en una situación de convergencia lingüística, nuestro primer instinto es ubicar la procedencia de cada uno de los participantes. Si el hablante pone todas las s donde deben estar y dice platicar en vez de conversar, dícese que el hablante probablemente sea mexicano. Si usa el vos y llama a la fresa frutilla o fonéticamente dicho «frutisha,» colocamos al hablante en Argentina. Esto es lo que en términos lingüísticos llamamos el effecto shibboleth.

De origen hebreo, shibboleth se zanja en un relato bíblico, cuya pronunciación de dicha palabra permitía hacer una diferenciación entre las tribus de Galaad y Efraím. La distinción se hacía entre los que tenían la facultad de proununciar el sonido inicial fricativo similar al ejemplo «frutisha» y los que carecían de esa destreza articulatoria, probablemente produciendo el mismo sonido como africado ch. La palabra shibboleth se utlizaba entre los galaaditas para demarcar territorios y para prohibir a los de la tribu Efraím cruzar el río Jordan. A su vez, los miembros de la tribu de Efraím, al no poder pasar la prueba de articulación, eran identificados como enemigos y se les mataba mediante una inmediata degollación.

Es intersante que a pesar de ser una historia milenaria, un simple trueque de las palabras shibboleth por perejil y del nombre de los ríos Jordan por El Masacre dan lugar a que en República Dominicana se repita esta historia aunque no en un pasado muy lejano. Pues una cuestión de vida o muerte para el haitiano, se reducía simplemente a la pronunciación de una palabra.

No es lo mismo

Indudablemente, el habla dominicana es muy contextual. Se ciñe a la circunstancia y adrede o no, ajustamos el diálogo conforme al ámbito en el cual nos desenvolvemos. Por ejemplo, cuando estoy entre mi familia que es cibaeña de pura cepa, se me zafan unas clases de íes que peligrosamente atentan contra mi estatus y posición intelectual en el grupo de amistades y colegas, lo que en el argot dominicano se dice como me dejan el claro. Pero dejemos el tema de la «i» cibaeña para otro momento, pues quiero esbozar  la contextualización del hablar dominicano, empezando por la sustitución de «h» por «j».

Etimológicamente hablando, la “h” silenciosa al inicio de muchas palabras en español  procede de una «f» antigua, que luego se convirtió en “j” para desvanecer por completo quedando solo la «h» en la escritura. Existen ejemplos de ítemes léxicos que se resisten a esta transformación como los casos de férrocarril que viene de hierro cuyo símbolo químico es Fe y portafolio que viene del latín folium que significa portahojas. La transición f/h empieza durante la época medieval, cuando el latín empieza a fragmentarse en otras lenguas. En 1605, año que Cervantes escribe el Quixote quien llama a Dulcinea señora de la fermosura, la f inicial persistía, pero ya se debilitaba a j, hasta eliminarse el sonido por completo, transformando para siempre el léxico y la ortografía hispana. Ejemplo de esto es filium-jijo-hijo.

Ahora bien, a través de los siglos hemos aceptado este cambio, pues si apelamos a esfuerzos articulatorios, es mucho más fácil elidir un sonido que manifestarlo. Pero no conforme con transmitir un mensaje en donde no quepa alguna duda, el dominicano ajusta su habla al contexto de la conversación para quedarse con una joya del español antiguo. Es justo y necesario, pues nos queda muy claro cuando el dominicano dice que tiene jambre y quiere darse una jartura; o que está jarto de la situación porque los políticos son casi todos unos jabladores y de ganar el candidato no deseado, no queda más que irse juyendo al exterior.