Cuando nos encontramos en una situación de convergencia lingüística, nuestro primer instinto es ubicar la procedencia de cada uno de los participantes. Si el hablante pone todas las s donde deben estar y dice platicar en vez de conversar, dícese que el hablante probablemente sea mexicano. Si usa el vos y llama a la fresa frutilla o fonéticamente dicho «frutisha,» colocamos al hablante en Argentina. Esto es lo que en términos lingüísticos llamamos el effecto shibboleth.

De origen hebreo, shibboleth se zanja en un relato bíblico, cuya pronunciación de dicha palabra permitía hacer una diferenciación entre las tribus de Galaad y Efraím. La distinción se hacía entre los que tenían la facultad de proununciar el sonido inicial fricativo similar al ejemplo «frutisha» y los que carecían de esa destreza articulatoria, probablemente produciendo el mismo sonido como africado ch. La palabra shibboleth se utlizaba entre los galaaditas para demarcar territorios y para prohibir a los de la tribu Efraím cruzar el río Jordan. A su vez, los miembros de la tribu de Efraím, al no poder pasar la prueba de articulación, eran identificados como enemigos y se les mataba mediante una inmediata degollación.

Es intersante que a pesar de ser una historia milenaria, un simple trueque de las palabras shibboleth por perejil y del nombre de los ríos Jordan por El Masacre dan lugar a que en República Dominicana se repita esta historia aunque no en un pasado muy lejano. Pues una cuestión de vida o muerte para el haitiano, se reducía simplemente a la pronunciación de una palabra.