A medida que voy desarrollando este proyecto, quiero aprovechar algunos espacios para hacer comentario sobre el inventario léxico en el argot dominicano. Nuestro vocabulario es rico e innovador. Además de nutrirse del castellano peninsular cuya consolidación en el siglo XV permitió la incorporación de neologismos derivados del árabe y demás dialectos peninsulares como el aragonés y el leonés, el espíritu de aventura del siglo XV hace que por primera vez la lengua española sea un ente portátil trasatlántico. Es esta movilidad del español que da lugar a una serie de transformaciones lingüísticas en nuestra isla, quedando como resultado la variedad dominicana.

Primeramente, el oficio marítimo contribuyó de manera significativa a que el español que llegase a la isla fuera un español de ultramar, caracterizado por el uso de marinerismos, como por ejemplo pulpería que en la actualidad tiene poco que ver con pulpos. A esto se le suma el contacto de la lengua castellana con las lenguas autóctonas, surgiendo así los indigenismos que nos otorga el derecho de decir auyama en vez de calabaza y ají en vez de pimiento. Que no se nos olviden los afronegrismos, pues es más sabroso decir chévere que muy bien. Y hoy día, con la globalización del inglés en manos de la tecnología, usamos anglicismos para decir que ese carro ta’ full, sin que signifique que el carro esté lleno.

Estas permutaciones lingüísticas, además de enriquecer nuestro idioma, quien Pedro Henríquez Ureña celebra como “una lengua caracterizada por su aire antiguo, con gran número de expresiones tradicionales que corren normalmente y ya no se oyen en la mayor parte del mundo hispánico”  dejan un valioso inventario léxico difícil de igualar.